Sic Semper Tyrannis. Magnicidios en la historia by Fernando Díaz Villanueva

Sic Semper Tyrannis. Magnicidios en la historia by Fernando Díaz Villanueva

autor:Fernando Díaz Villanueva [Villanueva, Fernando Díaz]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2014-05-31T23:00:00+00:00


Muerte en Marsella

Alejandro I de Yugoslavia

Marsella (1934)

Dos Alejandros han reinado en Serbia, y los dos fueron asesinados. A ambos se les conoce, además, con el ordinal “primero”, ya que uno lo fue sólo de Serbia mientras que al otro le tocó reinar sobre toda Yugoslavia. El primer Alejandro I (valga la redundancia) murió en 1903 tras un cruento golpe de Estado que tuvo como objetivo principal la captura y liquidación del monarca en su mismo palacio. Alejandro de Serbia, el último de la dinastía de los Obrenovic, fue asesinado a tiros cuando se encontraba escondido en el vestidor de la reina. Los rebeldes no se quedaron ahí. Mutilaron salvajemente el real cadáver y lo arrojaron sobre un montón de estiércol desde la ventana del segundo piso del palacio. Los conjurados perseguían cambiar de casa reinante y, con ella, de forma, de fondo y, sobre todo, de política exterior. Los Obrenovic eran protegidos del Imperio Austrohúngaro, y para los irredentistas serbios ese era su principal y casi único enemigo.

El magnicidio, que en Serbia se conoce como “la defenestración de mayo” porque fue en la madrugada del 29 de mayo cuando tuvo lugar el crimen, trajo una nueva dinastía de la mano: la de los Karadordevic, que rivalizaban desde hacía años con la familia destronada. La corona cayó de este modo sobre la cabeza de Pedro I, un aristócrata ya metido en años que ejerció de perfecto pelele para los militares nacionalistas que mandaban a placer en Belgrado. Pedro I estaba llamado a ser un rey de transición. Más pronto que tarde su hijo Jorge, un impetuoso veinteañero, heredaría el trono inaugurando de verdad la era de los Karadordevic, una familia cuya meta irrenunciable era conseguir la unión de los pueblos eslavos del sur, es decir, de los yugoslavos.

Pero la impulsividad de Jorge le jugó una mala pasada cuando en 1909, con tan sólo 21 años de edad, asesinó de una brutal paliza a un sirviente. El incidente, debidamente aireado por los numerosos enemigos que se había hecho en la corte belgradense, le obligó a renunciar formalmente a la corona. Esta carambola ocasionó que, a la muerte de Pedro I en 1921 y con Yugoslavia ya unificada, los serbios coronasen por segunda vez a un Alejandro I.

El nuevo rey había recibido dos regalos que su padre no hubiera podido siquiera soñar tan sólo unos años antes. Por un lado la unión de serbios, croatas y eslovenos bajo un mismo cetro hacía realidad el viejo anhelo de sus antepasados. Por otro, Austria-Hungría, el eterno enemigo de la familia, desparecía del mapa gracias al tratado de paz de Trianon, que, por obra y gracia de las potencias vencedoras en la Gran Guerra, desmembraba el viejo imperio que tantas frustraciones había proporcionado a los nacionalistas serbios del siglo XIX. Trianon había entrado en vigor sólo quince días antes de que Alejandro ascendiese al trono. Un rey joven para un reino recién nacido que se estrenaba por todo lo alto en el concierto de las naciones.

Pero no todo eran mieles.



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